RETIRO CON EL GRUPO

Todo comienza hace prácticamente un año, cuando habían transcurrido casi tres de mi separación. En mi corazón, el Señor suscitaba el deseo de sanar en comunidad ciertas heridas que se habían ido produciendo en mi interior. Animada por mi director espiritual me aventuré a “probar” cómo sería una reunión del grupo de Santa Teresa; aunque debo admitir que iba bastante reacia y poco convencida. Detrás se escondían miedos, incertidumbres y prejuicios. Pero mi corazón quería confiar una vez más en Dios. Y Él me ha ido mostrando el sendero para recibir sus incontables dones y gracias.

        Debo decir que, en estos últimos meses, mi intimidad con el Señor había ido mermando; con la tibieza de mi corazón estaba empezando a apartarme de Él. Y así me sentía el sábado, muy distante  de Dios. En mi interior resonaba constantemente parte del salmo 62: “mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”. Experimenté una profunda tristeza porque, a pesar de mis deseos de sentirme cerquita del Señor, no terminaba de abrirle mi corazón.

        En la revisión del retiro, que tuvimos por la tarde, volví a comprender que los tiempos de Dios no son los míos, que Él permite ciertas cosas en mi vida para obtener un bien. Así que, al final de esa pequeña reunión llena de anécdotas, enseñanzas y risas, entendí que, de nuevo, debía “dejarme hacer”, abandonándome a su infinita misericordia.

        La Vigilia con el Santísimo de la noche fue especial, sencilla y hermosa. Allí, a los pies del altar, en su presencia, El Señor me hizo un gran regalo: me llenó con su gracia para poder volver a rezar por el padre de mi hijo, di gracias por el sufrimiento y el dolor ocasionados por esta situación y logré perdonar de nuevo, perdonarme a mí misma y perdonar a quienes me habían hecho daño, contemplar mi vida con profunda esperanza y confianza en Dios.

        Esta es mi experiencia, si dejamos a Dios ser Dios en nuestra vida, y le consagramos nuestro corazón, Él podrá transformarlo en amor, paz y perdón. Así lo ha hecho conmigo y, por tanta gracia recibida, sólo puedo darle gracias.

Una Teresa